CONJUGAR EL AMOR EN OTRO TIEMPO
El primer día de la asamblea internacional no se diferenció de otros inicios. Las personas llegaron entusiasmadas y con pretensiones similares: escuchar las sesudas reflexiones de los investigadores, establecer contactos nuevos, permitirse fugas turísticas y fascinarse con la belleza y alegría de los anfitriones, los cubanos y las cubanas se destacan por festejar la vida en todo sentido.
Las emociones se disparaban como una rebelión de sentidos oníricos disculpados por la razón imperfecta e inacabada que la noche habanera generosamente se entregaba a los extranjeros. La fiesta, las sonrisas, las conquistas, los romances, las palpitaciones y el ritmo jubiloso de las entregas apasionadas se dibujan, con estremecedoras formas, en los espíritus anhelantes de aventuras, nostalgias y terquedades.
La música y los cortejos alimentaron la fascinación por lo tribal, pretendiendo entender la debilidad de la especie humana que se fortalece con el sexo y se debilita con el desengaño, aunque se resigna con el recuerdo. Algunos corazones guardarían cual souvenir aquellos instantes que les hicieran sentirse libres y después atados a una reminiscencia escondida y callada.
La discreción, que es una virtud de los leales, y la osadía, que es el valor de bohemios evidenciaron su complicidad. Juntos conjugaron la complejidad de la moral y el arrebato de la idiotez que se manifestaron inoportunamente.
X
Las voces de los estudiantes aturdieron al tutor quien con paciencia daba instrucciones para el día. La osadía se adelantó a la discreción y preguntó:
- ¿Me ama?
Casi todos los sonidos cesaron, solo se escuchó el expectante látigo del castigo que se nutría de la dramática situación y del sorprendido silencio que reclamaba con justicia y rigor una respuesta.
- Eso es todo, atinó a decir el instructor.
Impecable y fuerte se manifestó la osadía.
- Diga si me ama.
El silencio silbaba una canción desesperada que no atinaba compás ni ritmo.
- Quiero que me diga “que me ama”, cortó la guadaña de la muerte.
La voz de la discreción balbuceó nerviosa.
- No sé qué pretende, pero es mejor que se apresuren, estamos atrasados.
- Solo diga que me ama y caminaré.
- Por favor señorita, no es el momento…
Nadie se movió. Expectantes oídos clamaban la respuesta y ansiosas miradas torturaban al interpelado.
- Por favor, suplicó la discreción, no me comprometa.
La ropa se pegaba al cuerpo, el sudor apoyaba el suplicio, se derrumbaba la dignidad que agónicamente declaró:
- Sí, la amo.
Suspiros chismosos y resuellos enojados se constituyeron en el tribunal de la pasión que juzgaba a su insigne guía que por fin declaraba su sentir prohibido.
- Te amo, pero a partir de este momento conjugaré este verbo en otro tiempo.
La osadía satisfecha acercó sus labios subyugando a la discreción, quien abatida y desesperada bebió por última vez su romance escondido por meses y hecho público en un edificio de convenciones.
XX
Su fueron como llegaron, disimulando.
La osadía aprendió a ser discreta y murmuró.
- Sabía que me amaba
El discreto y torpe docente exclamaba con valentía.
Aprendí a conjugar el amor en otro tiempo. Le dije que la amo… y ella no me amó.
Las emociones se disparaban como una rebelión de sentidos oníricos disculpados por la razón imperfecta e inacabada que la noche habanera generosamente se entregaba a los extranjeros. La fiesta, las sonrisas, las conquistas, los romances, las palpitaciones y el ritmo jubiloso de las entregas apasionadas se dibujan, con estremecedoras formas, en los espíritus anhelantes de aventuras, nostalgias y terquedades.
La música y los cortejos alimentaron la fascinación por lo tribal, pretendiendo entender la debilidad de la especie humana que se fortalece con el sexo y se debilita con el desengaño, aunque se resigna con el recuerdo. Algunos corazones guardarían cual souvenir aquellos instantes que les hicieran sentirse libres y después atados a una reminiscencia escondida y callada.
La discreción, que es una virtud de los leales, y la osadía, que es el valor de bohemios evidenciaron su complicidad. Juntos conjugaron la complejidad de la moral y el arrebato de la idiotez que se manifestaron inoportunamente.
X
Las voces de los estudiantes aturdieron al tutor quien con paciencia daba instrucciones para el día. La osadía se adelantó a la discreción y preguntó:
- ¿Me ama?
Casi todos los sonidos cesaron, solo se escuchó el expectante látigo del castigo que se nutría de la dramática situación y del sorprendido silencio que reclamaba con justicia y rigor una respuesta.
- Eso es todo, atinó a decir el instructor.
Impecable y fuerte se manifestó la osadía.
- Diga si me ama.
El silencio silbaba una canción desesperada que no atinaba compás ni ritmo.
- Quiero que me diga “que me ama”, cortó la guadaña de la muerte.
La voz de la discreción balbuceó nerviosa.
- No sé qué pretende, pero es mejor que se apresuren, estamos atrasados.
- Solo diga que me ama y caminaré.
- Por favor señorita, no es el momento…
Nadie se movió. Expectantes oídos clamaban la respuesta y ansiosas miradas torturaban al interpelado.
- Por favor, suplicó la discreción, no me comprometa.
La ropa se pegaba al cuerpo, el sudor apoyaba el suplicio, se derrumbaba la dignidad que agónicamente declaró:
- Sí, la amo.
Suspiros chismosos y resuellos enojados se constituyeron en el tribunal de la pasión que juzgaba a su insigne guía que por fin declaraba su sentir prohibido.
- Te amo, pero a partir de este momento conjugaré este verbo en otro tiempo.
La osadía satisfecha acercó sus labios subyugando a la discreción, quien abatida y desesperada bebió por última vez su romance escondido por meses y hecho público en un edificio de convenciones.
XX
Su fueron como llegaron, disimulando.
La osadía aprendió a ser discreta y murmuró.
- Sabía que me amaba
El discreto y torpe docente exclamaba con valentía.
Aprendí a conjugar el amor en otro tiempo. Le dije que la amo… y ella no me amó.
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